“Soy una luchadora contra la fibromialgia”.
Es así como Vikki Owens, de 61 años, de Seattle, Washington, describe los 25 años que lleva esforzándose por controlar su enfermedad.
Le diagnosticaron fibromialgia en 1993. En un momento dado tomaba nueve medicamentos: analgésicos (medicamentos para el dolor), relajantes musculares, para los dolores de cabeza, para dormir y antidepresivos. Ninguno la ayudó demasiado. Finalmente, en 2009 desarrolló un plan que le permitió recuperar su vida.
Hoy, con ejercicio, terapia, masaje, suplementos herbarios y vitamínicos y un cambio de dieta, Vikki ha logrado dejar gradualmente los medicamentos con receta.
“En los últimos tres años he podido funcionar como una persona normal”, comenta. “De hecho”, dice con orgullo, “cuando cumplí 60 el año pasado, empecé una clase de “spin” (ciclismo en bicicleta estacionaria). Ahora voy dos veces por semana”.
Al escucharla, es difícil imaginarse que hace un tiempo, esta mujer optimista y llena de energía apenas podía caminar para llevar a sus hijos a la escuela. “Podía llevarlos, pero al regresar tenía que detenerme, sentarme y llorar. Tenía muchísimo dolor”.
Los médicos trataron de ayudarla. “Me recetaban medicamentos que creían útiles, pero no funcionaban”.
El dolor constante, la depresión y otros efectos secundarios mentales, las “lagunas” de la fibromialgia, le dificultaban trabajar y hacer cosas con su familia. “Algunos días, el dolor era tan intenso que no me podía levantar de la cama”.
Lo que cambió —Vikki reconoce— fue su actitud y su determinación de encontrar una mejor manera de manejar su salud.
“Como pacientes, nos han condicionado a esperar que una pastilla mágica lo resuelva todo, pero tenemos que asumir la responsabilidad de nuestra salud”, dice. Ella sabía que en la fibromialgia, el sistema nervioso amplifica la sensación de dolor. La clave era silenciar esos mensajes de dolor sin medicamentos.
Vikki empezó a buscar investigaciones sobre las terapias complementarias.
En el sitio web del Centro Nacional de Salud Complementaria e Integradora de los NIH, se enteró de que el masaje, el tai chi, el yoga y la terapia cognitiva conductual, podían ser tan eficaces como otros tratamientos.
Dice que la terapia cognitiva conductual la ayudó a sentirse más estable. Un herborista al que consultó le sugirió suplementos y cambios en la dieta.
También se obligó a estar más activa.
“No quería hacer ejercicio porque sentía mucho dolor, pero hay que moverse”, agrega. Comenzó gradualmente, primero tai chi, luego yoga y danza, y finalmente vigorosas clases de ciclismo. La atribuye al ejercicio el aumento de su resistencia y su estabilidad emocional.
Hoy en día, Vikki y su marido tienen una empresa consultora de tecnología informática. Lleva una vida ajetreada pero gratificante. Cuando le piden consejo para otros pacientes con fibromialgia, es franca: “No asuma el papel de víctima. Haga las cosas un día a la vez y encuentre una solución adecuada para usted”.