"Habría sido más fácil si se hubiera roto un brazo o una pierna", dice Michelle Marchionni sobre la primera conmoción cerebral de su hijo Sam.
En el otoño de 2012, Sam, de 8 años, se cayó de espaldas y se golpeó la cabeza contra el suelo jugando al fútbol americano de toque.
La enfermera de la escuela llamó a la Sra. Marchionni y le dijo que no había de qué preocuparse. "Cuando Sam llegó a casa, parecía estar bien. No pensé que fuera nada serio. Al día siguiente, se quejó de un leve dolor de cabeza, pero nada más", dijo la Sra. Marchionni. "No tomamos ninguna precaución especial".
"Si lo hubiésemos dejado descansar después de la primera conmoción cerebral, la segunda no hubiera ocurrido".
El domingo siguiente, mientras jugaba en el patio de su casa, Sam se volvió a golpear la cabeza. La lesión no parecía gran cosa, pero resultó tener un gran impacto. "Los niños se golpean y se sacan moretones todo el tiempo. No teníamos ni idea de que la primera lesión había sido una conmoción cerebral" dice la Sra. Marchionni.
Como el cerebro no había tenido suficiente tiempo para sanar después de la primera lesión, el segundo golpe le causó más problemas a Sam. Su madre lo notó de inmediato. "Tenía dolores de cabeza después de cualquier actividad mental, incluso al ver televisión", recuerda.
Llegó a sentirse tan mal que tuvo que faltar a la escuela. Desde el momento de la lesión, en noviembre, hasta principios de enero, la Sra. Marchionni hizo que su hijo limitara sus actividades. "Nada de deportes, de pasar tiempo frente a una pantalla ni de lectura. Ni siquiera podía invitar a amigos porque teníamos miedo de la actividad física", dice. "Fue muy difícil para él". Por suerte, para mediados de enero, Sam ya era el mismo de antes.
Un año después, Sam volvió a caerse en otro juego de fútbol americano de toque en el recreo.
Esta vez, la Sra. Marchionni estaba mejor informada.
"Por tres semanas le suspendimos los deportes. Nos aseguramos de que hiciera actividades tranquilas", dice la Sra. Marchionni. "La recuperación fue más rápida y Sam no perdió ningún día de clase". Tres años después, cuando Sam tenía 12 años, tuvo otra conmoción cerebral en un juego de hockey de la escuela. Sam inmediatamente pidió salir del partido y se fue a la banca. "No olvidó lo que le había ocurrido cuando era más joven", dice la Sra. Marchionni.
Una vez más, consultó a un especialista en conmociones cerebrales pediátricas. Pero esta vez fue diferente.
El especialista les habló de una nueva investigación sobre el tratamiento de las conmociones cerebrales. "Dijo que la actividad física leve era buena para la recuperación. Seguimos su consejo, salíamos a pasear juntos y a respirar aire puro. Me parece que eso ayudó a Sam recuperarse más rápido", observó la Sra. Marchionni.
Y dice que: "Lo más importante que hay que recordar es prestar atención. Si lo hubiésemos dejado descansar después de la primera conmoción cerebral, la segunda y, sus secuelas, no hubiera sucedido".
Ella sabe que Sam tuvo suerte. "Algunos niños que sufren una conmoción cerebral nunca vuelven a ser como antes. Pero lo que mantuvo a Sam sano después de sus lesiones siguientes no fue suerte. Actuar de inmediato fue lo que marcó la diferencia." Hoy Sam es un estudiante de séptimo grado activo y feliz. La Sra. Marchionni dice: "Es el niño más feliz que conozco".